Aunque no pueda parecer tan relevante, las personas que realizan deporte comprenderán la importancia de la ducha que se toma después de entrenar. La temperatura del agua que utilicemos para bañarnos puede influir en el desarrollo muscular.
Una forma de entender este fenómeno es que debido al esfuerzo físico, los músculos se encuentran fatigados y repletos de residuos metabólicos como el ácido láctico. Para tal efecto, podemos considerar que el agua caliente es la más adecuada para restablecer el riego sanguíneo en las zonas trabajadas, gracias a que estimula la dilatación de los vasos.
Asimismo, el agua caliente acelera la limpieza y el drenaje de los residuos tóxicos, a la vez que favorece a la recuperación física. En el caso del agua fría, ésta contribuye estrechar los vasos sanguíneos, no siendo muy recomendable para después del entrenamiento.
No obstante, existen especialistas que abogan por el uso de agua fría después del entrenamiento o de combinar ambas (una tras otra), a fin de relajar moderadamente los músculos.